Una mesa con la que se chocaba todos los días, una
mesa que siempre le recordaba que estaba ahí con un herida nueva en las
espinillas, pero una mesa que con solo mirarla le hacía feliz.
Una mesa donde reposaban los libros que querían ser
leídos, la Moleskine y los boli Bic, las cartas con sobres decorados, el disco de Chamizo, y las “Guinness”
algunas tardes.
Una mesa con los escudos de dos apellidos tallados que
un día alguien elaboró.
Ese alguien ahora no permanece físicamente. Porque
estar está, eso os lo digo yo, pero de otra manera.
Y unos bichitos negros con forma de bola, han
acabado con las cuatro patas de esa mesa, a riesgo de contaminar el resto de la
casa.
Digo sus patas, porque el resto de la mesa ha
quedado intacta ¿por qué? Porque la mesa era de roble, las patas eran de madera
normal. Más dulce para los dientes. Pero ha de marcharse.
Y ahora este corazón ha vuelto a llorar. Deshacerse
de esa mesa que le recordaba cada día que ese alguien al que tanto quería
seguía a su lado, no es fácil cuando se extraña.
La mesa es algo material de lo que se puede
prescindir.
El corazón lo sabe y yo lo sé.
Sin embargo eso no lo hace todo más fácil. Para ese
corazón no era solo un objeto más. Era algo elaborado por unas manos, cuando
esas manos ya temblaban demasiado. Era algo creado expresamente para él y el
corazón que lo acompaña. Era algo que llevaba su firma, sus gustos, su talento,
parte de su corazón seguía en cada esquina de la mesa, entre los resquicios del
tiempo.
Tras esa mesa estaban escondidos un montón de recuerdos.
Un montón de instantes que ahora junto con las cuatro patas se convertirán en
polvo.
Y ese polvo serán cenizas de nuevo, cenizas tras una
rosa roja. Cenizas dentro de un corazón, que aunque a momentos llora, sabe que
esa mesa seguirá intacta en su memoria.
Y la parte que ha logrado sobrevivir al ataque de la
polilla vivirá a partir de hoy sobre una mesa en una vieja cuadra de una casa
de pueblo.
Allí, junto a las herramientas que alguien posó por
última vez y que a día de hoy siguen en la misma posición. Porque las manos y
el corazón tiemblan demasiado cuando se intentan tocar para recogerlas.
Intacta sobre esa mesa de madera sobre la cual la
mesa de roble fue elaborada, palmo a palmo, talle a talle, figura a figura.
En aquella vieja cuadra sombría donde ahora no
habita la luz. En aquella vieja cuadrada convertida en salón gigante de luz
resplandeciente en los sueños de ese corazón…
Y ese corazón, ahora dolorido, mañana quizá recompuesto,
no deja de susurrar al viento ni un segundo:
“Crea unas patas nuevas, de roble esta vez, y si quieres
tállalas con corazones.
Como éste que respira y ahora habla, que respira,
siente y escribe para ti un montón de palabras. Quizá algún día podamos
colocarla juntos en ese salón de la casa de piedra de mis sueños. Esa casa de
piedra con vigas de roble, contraventanas y puertas talladas, con chimenea y
porche acristalado con sillones de cuero desde el que veré caer la lluvia
mientras mis manos tintinean ligeras escribiendo una nueva novela. Esa casa que
me estás construyendo entre sonrisas brillantes.”
Y ese corazón no deja de susurrar al viento con la esperanza de
ser escuchado desde otro universo.
Ese universo de energía cósmica donde los que se van
siguen estando porque hay quienes les recuerdan a cada suspiro.
Vaya, lo siento. Las termitas suelen ser bastante incordiantes. Echa un vistazo en alguna tienda de productos químicos especializada en Santander.
ResponderEliminarHay productos que solucionan ese problema eficazente, y si las patas no esta demasiado deterioradas, se pueden restaurar con un poco de paciencia y mimo. Si yo estuviese por ahí cerca, las iba a dejar como nuevas.
Un beso.
Gracias Rodericus por tus palabras. Ya estaban muy afectadas porque no nos habíamos dado cuenta. Como el resto de la mesa estaba bien...y hemos decidido desmontarla y tirar las patas a la basura. Y con ellas los bichos que algunos matamos por el camino. Ahora tendremos que dar vuelta todo el salón...y vigilar que no se haya extendido...
ResponderEliminarY yo aprender a vivir sin...
Un abrazo grande.
Es una pena, pero seguro que con un poco de paciencia tiene arreglo (hacer unas patas nuevas), aún así son unos malos bichos xD
ResponderEliminarEs una entrada preciosa, y de nuevo, al igual que tú, espero que en ese cielo de energía cósmica estén a salvo aquellos que ya no pueden caminar en este mundo.
Un fuerte abrazo.
Te cuento lo que me contó una restauradora de muebles. Las piezas que quepan en un congelador pueden salvarse envueltas en plástico. Lo único que mata la polilla es la congelación, porque mata incluso los bichos dentro del huevo. Las piezas se dejan no se si me dijo 21 días en el congelador y luego, sin quitárles el plástico se ponen al sol. Creo que es para que el bicho caiga del agujero. Después se rellena de masilla el agujero y la pieza queda nueva.
ResponderEliminarSi quieres me entero del proceso de una forma exacta y te lo cuento. Tendría que volver a preguntar, tengo una memoria de traca.
Un beso