Ayer comencé con uno de
los libros de mi lista (Amor en Minúscula de Francesc Miralles) y antes del
primer capítulo me encontré con estas palabras.
Una gran verdad que hoy
me ha dado qué pensar.
Ayer ha sido un día de
esos que al principio de la mañana parecen tan rutinarios que no esperas nada
de ellos, pero que al final cuando se va aproximando la noche te dejan algo a
lo que aferrarte en los días grises.
Ayer fue uno de esos
días en los que las pequeñas cosas se convirtieron en grandes cosas. Quizá sea
porque al no esperar nada cualquier cosa te sorprende, o quizá sea porque al
tener el corazón malherido cualquier detalle te ayuda a sonreír un poco.
La mañana comenzó con
un viaje a una ciudad cercana, a por unas entradas para un concierto que tendrá
lugar en Noviembre, una nueva cafetera porque la que teníamos dijo: ¡Hasta aquí
llegué! y la búsqueda desesperante de un libro “La casa del Torreón” de Isabel
del Río - me he enamorado de la portada-, en tres sitios diferentes, y que al
final di por imposible…¡eso sí! acabé comprándome otro al que también le tenía muchas
ganas por su temática “La Fuga” de Carmen Domingo…
El otro pasará a esa
lista de libros a pedir a la casa del libro [El dueño de las sombras de Care Santos,
Sangre de Clara Peñalver, Al sur de la frontera al oeste del sol de H. Murakami
(culpa de Rocío Carmona y su Gramática del Amor)]. Algún día no muy lejano.
Y una vez en la playa…debajo
de la sombrilla, con el viento del norte azotando tempestuoso, comencé con el
primer libro mencionado, y las sonrisas surgieron flotantes. Siempre me han
gustado los gatos -de pequeña en la casa del pueblo tuve varios-, y ayer ese
pequeñito animal junto al protagonista, me sacaron una sonrisa amplia y
brillante.
En un libro de nuevo
Barcelona esa ciudad condal que conozco de pocos días durante unas vacaciones
pero que desde pequeña llevé en el corazón gracias al fútbol, ahora la llevo en
el corazón debido a ciertas personas que me he ido encontrando gracias a la lectura.
Enigmáticos personajes,
cita a uno de mis escritores favoritos y una de sus obras cumbres (Goethe y su
Werther), y referencia a un cuadro que también encontré en otro libro “El caminante
sobre el mar de niebla” del pintor romántico alemán “Caspar David Friedrich”, y
de repente tu cabeza viaja a ese otro libro en el que también aparecían Goethe y su Werther y éste magnifico cuadro, y te acuerdas de detalles, de canciones cantadas por una voz, y los recuerdos comienzan a
acumularse y las sonrisas se enlazan unas con otras. Y así los labios
permanecen resplandecientes durante un rato largo.
La vida está llena de muchas coincidencias y detalles pequeños pero que dejan huella.
Conversaciones y
encuentros con amigos, ecos de palabras que el viento transporta entre su aire,
miradas cómplices de dos enamorados que se lo dicen todo sin decir nada
mientras el sol le tuesta la piel solo a uno de ellos, esbozos de sonrisas a
una desconocida embarazada tras una exposición de ideas de dónde había que
colocar la sombrilla para conseguir sombra, las olas del mar repleto de surfers,
esas olas que al chocar contra las rocas desprendían su suave brisa marina, la
marea que subía y cubría la arena hasta el punto de ocultar la playa, las
familias y sus trasiegos, los niños que no se querían comer el bocata, las
voces, el silencio inexistente que también es silencio.
Ayer estuve rodeada de grandes
cosas desbordantes de vida.
Un paisaje rutinario
del que ayer fui más consciente.
No sé si será por tener
el corazón medio muerto, o porque desde hace semanas creo que la vida es un
breve lapso de tiempo que transcurre demasiado deprisa y del que hay que
exprimir todo tan rápido como nuestros sentidos alcancen a sentir.
¿Quién
dice que las cosas pequeñas no pueden convertirse en grandes cosas y hacernos
olvidar los tormentos que como avalanchas nos acechan sin descanso aunque las
horas vayan sucediendo al igual que las semanas?
Hoy brindo por esas
pequeñas cosas que nos hacen sonreír y doy gracias porque he sido capaz de
distinguirlas.
Der Wanderer über dem Nebelmeer, de Caspar David Friedrich.
*Precioso cuadro citado en muchos libros, tan romántico como enigmático. ¡Me encanta!
Y el que quiera seguir leyendo, os dejo un pequeño relato basado en el título de una canción, del músico cántabro "Raul Gutiérrez" (Rulo), que he escrito para el blog dedicado a Rulo y La Contrabanda, en el que participo y del que soy también administradora, junto a Eloísa (la creadora del blog y la cabecita loca pensante que tuvo la magnífica idea de ese rincón caricia).
http://senalesderulo.blogspot.com/2011/07/descalzos-nuestros-pies.html
Citado en muchos libros y convertido en portada de otros tantos :)
ResponderEliminarEsta entrada de hoy me gusta muchísimo :)
Como te odio!!! Me ha encantado el texto de Descalzos...!!! <3
ResponderEliminarBuff, la piel de gallina. Gracias, gracias, gracias!!
Un besazo
Sin duda lo que a veces nos parecen las pequeñas cosas son en verdad las grandes cosas. Y suelen ser las gratuitas además, un soplo de viento, una flor, una sonrisa, un paisaje, un mar, un sueño ajeno a cumplirse, una grata compañía, una estrella fugaz...Lo verdaderamente grande es tan cotidiano que a una simple mirada pareciera que ni está.
ResponderEliminarUn beso
Brindo yo también por esas pequeñas cosas, por las tuyas y las mías, y por las de todos, al fin y al cabo, que hoy me siento generoso ^_~.
ResponderEliminarBuen finde Rebeca!